Bautizado el “emperador de la arquitectura japonesa” por sus pares y “visionario” por los críticos. El arquitecto de fama internacional, Arata Isozaki, es el más reciente ganador del premio Pritzker.
El anuncio sobre el galardón más importante en la arquitectura fue considerado por muchos, un honor largamente adeudado para este arquitecto de 87 años, diseñador urbano y teórico, a quien se le atribuye la fusión de Oriente con Occidente, de lo moderno con lo posmoderno, y de lo global y lo local en un conjunto de obras visualmente diversas, que simbolizan la influencia global de Japón. Las más de 100 construcciones de Isozaki incluyen el Museo de Arte Contemporáneo en Los Ángeles, el Palau Sant Jordi en Barcelona y el Centro Nacional de Convenciones de Qatar en Doha.
Entrevistado en su humilde departamento en Naha, capital de Okinawa (Japón), Isozaki reflexionó sobre una carrera de seis décadas en las que fusionó la arquitectura con las artes visuales, la poesía, la filosofía, el teatro, la escritura y el diseño.
La leit motiv de sus creaciones es el concepto japonés Ma, que significa la fusión del tiempo y el espacio y fue el tema de una muestra itinerante en 1978. “Al igual que el universo, la arquitectura proviene de la nada, se convierte en algo y finalmente vuelve a ser nada”, dijo Isozaki. “Ese ciclo vital del nacimiento a la muerte es un proceso que yo quiero mostrar” agregó.
“Poseedor de un conocimiento profundo de la historia y la teoría de la arquitectura, y admirador de la vanguardia, nunca se dedicó simplemente a replicar el statu quo”, afirmaron los miembros del jurado que le otorgaron el premio a Isozaki, quién recibirá el galardón en el mes de mayo de este año.
En lo comienzos de su carrera, Isozaki impulsó la ola de construcciones del Japón en la posguerra, mostrando la influencia de Le Corbusier y Louis I. Kahn, como así también la de Tange, en obras como la Biblioteca de la Prefectura de Oita (1962-66), el Museo de Arte Moderno en Gunma (1971-74) y el Museo Municipal de Arte Kitakyushu en Fukuoka (1972-74).
Fue durante esta época que el entonces joven Isozaki perfeccionó su capacidad para fusionar estilos arquitectónicos e inventar nuevas formas, al unir formas geométricas simples de modos poderosos, manteniendo, a la vez, una atención exacta de los detalles y el refinamiento.
Mientras que sus proyectos más famosos se encuentran en ciudades, Isozaki dijo que sentía “más nostalgia de los proyectos rurales”. Cuando le pidieron que eligiera su obra preferida, nombró al Museo del Domo (1993-95) en La Coruña, España. Construido en la cima de un farallón rocoso junto a la Bahía de Riazor, el museo exhibe una fachada curva de pizarra que parece una vela inflada por el viento.
(Esta es una nota del medio clarin.arq)