Un espacio es mucho más que su imagen. Sus texturas, olor y sonido pueden influir directamente en la experiencia del usuario. Es en este sentido, pensar en una arquitectura sensorial puede ser fundamental para que la interacción entre las personas y las ciudades sea aún más profunda.
Comodidad, calidez, limpieza, comodidad, sorpresa son sentimientos que derivan de un espacio que se preocupa por todos los sentidos. Además de la temperatura del ambiente, la textura de la madera o el uso de colores cálidos (amarillentos) contribuyen a una sensación más acogedora. Si el concreto se ve como un material más fresco, es posible romper esta impresión trayendo plantas, colores contrastantes y otros elementos al ambiente. Las posibilidades son infinitas, es por eso que enlistamos algunos aspectos en los que se puede pensar para que tu proyecto trascienda lo obvio y aporte buenas sensaciones al usuario.
Ojos que no ven, corazón que no siente
Comprender el papel que juega la luz es fundamental, ya que el ciclo circadiano, o ritmo biológico, debe tenerse en cuenta al considerar la comodidad del usuario. Para ello es fundamental pensar en cómo entra la luz natural en el espacio o cómo el proyecto de iluminación dispondrá sus colores y focos, al fin y al cabo, estos factores son los encargados de mejorar el estado de ánimo y los niveles de energía, incidiendo directamente en la concentración, el apetito, la distribución, etc.
Los colores también deben tenerse en cuenta, ya que tienen una gran influencia en cómo nos sentimos en el espacio, como por ejemplo el clásico rojo / caliente y azul / frío.
Cuando el espacio canta
Además de los problemas acústicos y de aislamiento, pensar en el sonido de un entorno puede agregarle diferentes sensaciones. Las listas de reproducción de Mindfulness brindan una sensación de tranquilidad, mientras que las canciones más alegres pueden traer euforia. Pero si somos más ingeniosos, es posible hacer que la arquitectura suene. Un ejemplo brillante es el “Órgano Marino” en Zadar, Croacia: compuesto por una red de tubos de polietileno y cavidades resonantes que emiten sonidos según las olas y el viento que golpean la costa, con treinta y cinco tubos individuales con una longitud total de setenta metros, es el aeródromo más grande del mundo.
Otro ejemplo es la instalación Airship Orchestra, compuesta por 16 esculturas hinchables que cuentan con un sistema interno totalmente conectado por sensores de movimiento, permitiendo que sus personajes respondan a los transeúntes; comportarse como un coro y “componer” una nueva partitura cada noche.
Un olor fuerte
¿Quién nunca olió y se imaginó automáticamente en un entorno infantil? El olfato lleva un recuerdo emocional profundo y nos ayuda a situarnos en el espacio. Pensar en cómo los aromas pueden marcar un lugar y darle carácter puede ser una herramienta para que las personas recuerden el espacio de una manera diferente a la simple apariencia. Aquí vale la pena imaginarse un paisajismo en el que las flores puedan desprender diferentes olores -por no mencionar el olor de la tierra misma-, espacios en los que se colocan aromas artificiales o incluso una cocina más abierta al espacio público, sacando el olor de la comida más allá de sus límites.
No es arte, es arquitectura. Juega a voluntad.
Las superficies de suelos, paredes y muebles, como la temperatura ambiente, la humedad y la ventilación, definen buena parte del confort en cuanto al tacto. Después de todo, una silla de metal puede traer aspectos muy interesantes, pero puede ser fría e incómoda dependiendo del clima, los ambientes cálidos pueden volverse más agradables y lúdicos con la presencia de un vaporizador, el viento en una cortina que puede transformar un ambiente e invitar al tacto. Finalmente, traer materiales maleables o dispositivos que propongan una mayor interacción con el entorno puede ser un buen camino para quienes buscan acercar esta relación más física entre el cuerpo y el espacio.