Poco antes de la Primera Guerra Mundial, Harry Brearley (1871-1948), que trabajaba como obrero metalúrgico desde los 12 años, desarrolló el primer acero inoxidable. Buscando resolver un problema de desgaste en las paredes internas de las armas del ejército británico, terminó obteniendo una aleación de metal resistente a la corrosión, agregando cromo al hierro fundido.
La invención encontró aplicaciones en casi todos los sectores de la industria, como en la producción de cubiertos, equipos de salud, cocina, industria automotriz, entre muchos otros, reemplazando materiales tradicionales como el acero al carbono, el cobre e incluso el aluminio. En la construcción civil esto no fue diferente y pronto se incorporó acero inoxidable a los edificios.
Durante los años 30, la economía estadounidense ya prosperaba y existía una feroz competencia por la construcción del rascacielos más grande del mundo. La disputa entre el Chrysler Building y el Empire State Building estuvo marcada por enormes aportes económicos y por sucesivos cambios en los proyectos durante las obras para alcanzar la mayor altura posible. En el punto más alto de los edificios, ambos presentan estructuras de acero inoxidable, evidenciando un material tecnológico que, para la época, era muy novedoso. De hecho, hasta hace poco, el acero inoxidable estaba reservado para aplicaciones muy exclusivas, debido a su alto costo. Hoy en día, todavía se considera un material caro, pero su uso es mucho más accesible para la arquitectura y la construcción, ya sea en aspectos mecánicos o estéticos.
Disponible en el mercado en láminas, bobinas, tubos y barras, el acero inoxidable presenta una serie de características interesantes para la construcción civil. Además de la resistencia a la corrosión antes mencionada, su apariencia agrada a muchos, evocando modernidad, sobriedad y ligereza. Puede tener un acabado mate o brillante, pasando por diferentes gradaciones entre ellos e incluyendo distintos colores.
El acero inoxidable también tiene una rugosidad superficial baja, lo que lo hace fácilmente limpiable y fácil de mantener. De hecho, se dice que la corona del mismo Edificio Chrysler se ha limpiado solo 3 veces desde su construcción. Por ello, el acero inoxidable es muy recomendable para entornos de control, como laboratorios y cocinas industriales. Como su superficie no es porosa, las bacterias y virus no penetran en la pieza ni manchan. La limpieza simple, incluso con productos químicos agresivos, desinfecta la pieza sin afectar la superficie. Otra característica llamativa es que las estructuras de acero inoxidable son extremadamente resistentes, incluyendo una alta ductilidad y buenas características a los esfuerzos de tracción y compresión, con una resistencia similar o incluso superior a las aleaciones de acero comunes. Su alta resistencia permite el uso de láminas con espesores mínimos, reduciendo el peso total de la estructura sin comprometer las características técnicas.
Desde paneles de fachada, esculturas, estructuras de muros cortina, encimeras de cocina hasta elementos decorativos, el acero inoxidable también es un material muy recomendable para lugares sujetos al mal tiempo, debido a su alta durabilidad. Además, al final de su vida útil, es un material que puede reciclarse por completo.
Por sus aspectos estéticos y funcionales, el acero inoxidable puede ser un material a considerar para componer el proyecto. Incluso implicando una mayor inversión inicial durante la construcción, esto puede permitir ahorros futuros, ya que es un material muy duradero y que requerirá de poco mantenimiento.